8. 2. José Damián De Veuster (1840-1889) Un hijo y misionero de su tiempo que traspasó las fronteras

José Damián De Veuster (1840-1889)
Un hijo y misionero de su tiempo

Los santos son a veces descritos de tal manera que la gente tiene que pensar que ellos desde la cuna tenían una serie de cualidades especiales y que ya desde muy jóvenes estaban predestinados a entrar en la galería de los santos y los héroes. El Padre Damián no entra en esta categoría. Cuando empezamos a buscar su identidad, no podemos separarlo del tiempo ni despojarlo de la mentalidad desde la que trabajó.

Restauración

El tiempo en el que Damián vivió, el siglo 19,  es conocido por la fuerte reacción que hubo en contra de los ideales de la Revolución Francesa. En el plano político, Europa se reorganizaba con el regreso de la casa Borbón al trono francés (Congreso de Viena de 1815). En el campo eclesial hubo el deseo de restaurar y defender el poder y el honor  papal, seriamente debilitado. Pio VI había muerto en Valence, en el destierro, y Pio VII había sido humillado por Napoleón en Fontainebleau. Muchas nuevas fundaciones de comunidades religiosas, trabajarían de manera fuerte por la restauración del trono y el altar, la corona y la cruz. Tratarían de restaurar todo como antes estaba. (…).


Las Misiones

 En el siglo 18 las misiones habían sufrido un tremendo revés con la supresión, por decreto papal, de la Compañía de Jesús (1773), que contaba con miles de misioneros. En el siglo 19 llegó un nuevo aire a la conciencia misionera. Diversas comunidades religiosas, todas ellas recién fundadas, tomaron diversos territorios de misión en el extranjero como su expreso propósito. Este es el caso de los Scheuts (1862), las misioneras de Mill Hill (1866) y los Padres Blancos de África (1868). Otras fueron tocadas por el entusiasmo misionero y partieron a terrenos en el extranjero después de conocer un discreto crecimiento en sus lugares de origen. Junto a las comunidades masculinas empezaron tomar importancia las comunidades misioneras femeninas. Hubo comunidades femeninas fundadas exclusivamente para las misiones. Esto trajo un cambio en la cualidad de las misiones. Las comunidades misioneras femeninas tendrían un rol importante en escuelas, hospitales y orfanatos en las misiones de ultramar.

La actividad misionera en el extranjero era apoyada y patrocinada por el entusiasmo en la metrópoli a través de publicaciones, hojitas de tinte exótico y la generosidad de la cuna de la misión. En un campo eclesial más amplio, algunas iniciativas nacionales  fueron elevadas a la categoría de Obra Pontificia, por ejemplo: La Obra para la Implantación de la fe (1822), La Obra de la Santa Infancia (1843) y las Obras Misioneras Pontificias.

Esta fuerte tendencia misionera tenía algo que ver, seguramente, con la idea que había en el momento de que fuera de la iglesia no había salvación. Cristo debía ser conocido hasta en los confines del mundo. Los “pobres paganos” tenían que ser bautizados, de otra manera se perderían irremediablemente. Los misioneros veían como su obligación sagrada sacar a los paganos del camino de la ignorancia, las costumbres inmorales, y la idolatría. En ello había una especie de competencia sagrada con los protestantes. De allí vino la imagen de un misionero como cazador de almas y bautizador incansable.

Los intereses colonialistas y religiosos iban a veces de la mano. La colonización tenía en mente la expansión de los horizontes geográficos nacionales. Los misioneros tenían en la expansión geográfica la mirada la expansión del modelo religioso occidental. Como la metrópoli podía disponer de sus colonias, así la iglesia de la metrópoli disponía de las misiones allí establecidas. Llama la atención que en Europa la iglesia y el estado se distanciaban y a veces se enfrentaban, pero en las colonias se encontraban juntas, trabajando mano a mano. Se necesitaban y  a veces trabajaban como camaradas. Junto con el misionar, lo misioneros buscaban avivar el amor por la “madre patria”.

Paternalismo y una especie de trato a infantes no estaban muy lejos uno de otro. El cristianismo se asoció de manera indiscutible con la cultura occidental y la cultura europea fue considerada como la normal, obvia y a veces superior. El trabajo de conversión iba de la mano con el de civilización. Se partía del supuesto que la cultura debía ser reforzada y no de aquel que la fe debía encarnarse en la cultura, como ya había sucedido una vez con el cristianismo en el mundo Greco-Romano.

Pero los misioneros tenían buena intensión. Su acercamiento era el de un padre hacia el hijo, de bienhechor ante el necesitado, de sabio ante el ignorante, de superior ante el subordinado.  En la iglesia se hizo el énfasis sobre el valor evangélico del amor al prójimo representado en la imagen del buen samaritano. El compromiso caritativo que marcaba y adornaba a la iglesia, mostraba a veces en baja voz: Dios (el cielo) es fin, los pobres son el medio (por el cual se llega al cielo).

 Heroísmo

En este contexto al misionero se le adjudicaban cualidades heroicas. Él era el pionero, el trotamundos que iba en viaje de conquista a los más remotos e inhóspitos lugares, en busca de aquellos que, según él, estaban en necesidad. El misionero era considerado y se consideraba a si mismo preeminentemente como ofrenda digna, como un posible mártir, incluso. Jóvenes entre los 20 y 25 años dejaban sus padres, su familia, su patria. Se marchaban por el resto de su vida a una tierra lejana donde podría encontrar situaciones difíciles: clima, todo tipo de dificultades, soledad, a veces la actitud hostil de la misma gente. Y la vida de estos generosos misioneros a veces era particularmente corta. Algunos morían alrededor de los treinta años de edad. La comparación con Jesús fue hecha inmediatamente. El murió más o menos de la misma edad. Muchas figuras desconocidas se marcharon de esta manera heroica.

Misionero de su tiempo

Damián vivió y trabajo en ese tiempo, con esa imagen de iglesia y con ese perfil de misionero. Después de su ordenación sacerdotal el escribe a sus padres: “Ahora soy un sacerdote, queridos padres, un misionero en una tierra corrupta, herética e idólatra. ¡Qué obligación tan grande para mí! ¡Qué celo apostólico debo tener! ¡Qué limpia tiene que ser mi vida moral, qué justo tiene que ser mi juicio a los ojos de los demás! Una pena, queridos padres yo, que de niño les causé tantas penas con mi comportamiento, un cristiano indigno, ¿cómo podre yo cumplir la misión de un sacerdote misionero? Oh! No se olviden de este pobre sacerdote que día y noche, entre los volcanes de la isla, me apuro para ir en busca de la oveja descarriada. Les suplico, ¡recen por mi día y noche! Que en mi hogar recen por mí, porque si Dios me retira su gracia por un momento, caería yo inmediatamente en el mismo fango de vicio del que trato de sacar a otros” (23 de agosto de 1864).

La imagen del misionero del siglo 19 que parte en viaje de conquista empuñando la cruz (...). Damián mismo se hizo una foto antes de salir para Hawai en Octubre de 1863. En ella aparecía con la cruz en la mano a semejanza de Francisco Javier, el gran misionero jesuita.

Damián trabajo desde Julio de 1864 hasta Mayo de 1873 en la isla de Hawai, la más grande del archipiélago. A veces viajaba a lomo de mula o a caballo. Dijo muchas misas y construyó iglesias y capillas para poder decir muchas misas en todas partes. Entre más misas más gracia, más redención, más bendiciones y más victorias del bien sobre el mal. Damián bautizó a muchos y relativamente muy rápido, si se mueren bautizados, están seguros. En la predicación del tiempo, se hacía un fuerte énfasis en la eficacia de los sacramentos por sí mismos.

El volcán activo era para él un motivo para mantener su prédica sobre el infierno. En el volcán en que lanza fuego, Damián veía la imagen del Dios castigador y del demonio en llamas. Pero para los hawaianos el volcán tenía un poder divino. Ellos llevaban ofrendas a las laderas de la montaña llameante para lograr el favor de la diosa Pele, que habitaba allí. Porque, decían los lugareños, si Pele se enfurecía escupía fuego que destruía las casas y mataba a muchos. Damián se opuso a ese modo de “idolatría”. (…).


Damián llegó a Hawai en un contexto de competencia con los protestantes. Estos llegaron incluso antes  a las islas (1820). Los padres de los Sagrados Corazones llegaron siete años más tarde (1827).  Los protestantes vieron una amenaza en la llegada de los misioneros católicos. Y los misioneros católicos pensaron que debían superar su retraso vigorosamente. Esto originó una competencia en la que llovían críticas y reproches de ambos lados que rayaban en lo ridículo. Insultos como: jesuita, hereje, servidor de idólatras estaban a la orden del día. (…).

Sin embargo cerca de la gente

Damián trató de estar siempre cerca de la gente. Él no fue alguien distante, portador de una cultura superior. Los documentos franceses de ese tiempo dicen que los misioneros debían llevar, sobretodo, la cultura francesa a las misiones. Damián no era un fanático de la cultura occidental. En ello era el bastante sencillo y muy poco preparado.  Él no era un experto conocedor de las lenguas. Esto fue una ventaja para él. Él era querido como un misionero que vivía con la gente y que les amaba como ellos eran, o más bien como él quería que fueran. Así les escribe a sus padres: “Yo quiero mucho a mis pobres kanacas, porque son sencillos y hago por ellos todo lo que puedo. Por su parte ellos me aman como los hijos a sus padres. En este mutuo entendimiento espero yo convertirlos a Dios, porque si ellos aman a su sacerdote será fácil que amen a Dios” (24 Octubre 1865). Esa era su imagen de Dios y del sacerdote: él es el Padre, ellos son los hijos.

Damián trabajó los primeros nueve años como un misionero clásico. Nadie se hubiera imaginado que Damián sería canonizado. Si él se hubiera quedado como un misionero clásico nadie hablaría de él ahora. Él se hubiera engrosado la larga lista de generosos misioneros desconocidos del siglo 19 que hicieron una parte de la historia de las misiones que jamás fue escrita. (…).


DAMIÁN
Un hombre que traspasó las fronteras del espíritu de su tiempo

Sin hacer mucha teoría y tal vez sin saberlo, Damián ha traspasado y ha ido más allá del espíritu de su tiempo. Esto sucedió realmente después su decisión de ir a la colonia de leprosos en Molokai, en 1873, donde permaneció hasta su muerte en 1889. Este paso ha hecho de él un hombre que inspira a hombres de hoy y de todos los tiempos.

Junto con la gente

Damián, con su paso consciente de ir a Molokai, ha entrado en la larga y gran tradición cristiana del amor al prójimo y de la abnegación, una tradición que por muchos y sobre todo para los “religiosos” ha estado en el corazón por muchas generaciones. Se ha hecho mucho por los “pequeños”. Damián también va a Molokai como un misionero, enviado para hacer mucho por sus pobres semejantes. Damián va a responder, en primer lugar, a la apremiante necesidad espiritual de los leprosos, él quería salvar sus almas. La mejora total de su suerte y de sus condiciones de vida tomará el lugar privilegiado en el apostolado de Damián al permanecer allí. Damián se volvió, poco a poco, uno con sus pobres hermanos, siempre haciendo, gracias a su fuerte compromiso,  a su propia testarudez, y también gracias a la lepra misma. El hizo el camino del “yo” y “ustedes” al “nosotros”,  “Nosotros leprosos”. Desde el momento en que Damián descubre que es leproso con los leprosos, vivirá más conscientemente, sin duda, hasta la misma muerte, como uno de ellos.

En muchos documentos y en círculos eclesiales se he habló alguna vez de la “opción por los pobres”. El ejemplo de Damián nos puede desafiar e inspirar hoy para no abordar hoy el problema de los pobres y los marginados, desde arriba, con discusiones desde la distancia, de manera pedante y libre, sin que el asunto nos toque realmente de un modo u otro.

Con las grandes acciones solidarias desde el occidente, Damián nos puede llamar la atención  sobre un hecho: nosotros hacemos cosas solidarias por los demás, compartimos de lo que tenemos de sobra, y no llegamos a compartir lo que realmente está a la mano, lo poco que tenemos. La solidaridad entre los  pequeños es de otro carácter, de otra cualidad que la del rico con el pobre. En historia de la multiplicación de los panes  nos encontramos con que ya no había nada para compartir, de pronto encuentran a un muchacho, un pequeño, que presentó lo poco que tenía. Cuando se comparte lo que hay, alcanza, es suficiente para todos. Hay incluso algo que sobra.

En el marco de la comunidad eclesial en el sentido amplio, Damián nos inspira a ver la iglesia como una comunidad donde cada  miembro del mismo cuerpo puede tener su contribución y ser valorado por lo que es, por lo que como ser humanos significan... en la solidaridad, podemos nosotros reconocer una línea conductora, una línea fuerza que sin sistematizaciones o teorías, está presente en el crecimiento de la vida del padre Damián. Sin pensar que podemos tomar al padre Damián como un liberador avant la lettre, podemos decir que él aprendió a formar y a vivir en comunidad con los más pequeños hasta el final. Esto no lo aprendió en los libros; él lo debió aprender haciendo.

Sufrimiento

Damián seguro no ha buscado el sufrimiento. Él no se escapó en una especie de mística del sufrimiento que hiciera pensar que algo es útil y bueno si causa dolor. Pero, hacerse compañero, compartir la misma suerte de los pobres no estaba exento de sufrimiento. Él lo ha vivido y sobrevivido como purificación y liberación. Sufrimiento y muerte los asoció al sentido de su vida. Para él no había Pascua sin Viernes Santo. No solamente tuvo sufrimiento físico. Tuvo también su parte de sufrimiento moral. Quien se identifica con la causa de los más pequeños es casi siempre considerado como una espina en el ojo de los que piensan con sentido común, y al final termina siendo rechazado. Eso también pasó con Jesús de Nazaret. Cuando él tomó posición a favor de un hombre que tenía una mano atrofiada toda su vida, pero que hizo lo que en sábado oficialmente estaba prohibido, lo pusieron los fariseos, los escribas y ancianos en la mira.  Y entonces él se enfadó y se llenó de tristeza al mismo tiempo por su dureza de su corazón. Entonces pidió al hombre: levántate, ponte en medio, extiende tu mano – ellos consultaron entre sí como hacer para sacarlo del medio. Y lo consiguieron… Por escoger al hombre en lugar del sábado, él se volvió peligroso y debía desaparecer. Así sucedió con Damián.

Cuando tus superiores te abandonan

No se nos puede perder de vista que el santo Damián, en un cierto momento, perdió completamente la confianza de su superior religioso y de su obispo. Damián fue durante su vida alguien reconocido. Tenía la prensa consigo. Él fue presentado como un ejemplo sin par de ofrenda de sí mismo. Anglicanos y protestantes de Inglaterra y Estados Unidos descubrieron a Damián y realizaron colectas masivas para ayudar a la colonia de los leprosos de Kalawao. Esto no cayó bien en el campo de los políticos. Los gobiernos civiles reaccionaron: ¿es que el gobierno no hace nada por los leprosos? Y el superior de la misión (L. Fuasnel) reaccionó también: “¿es que la congregación no hace nada por los leprosos?"  ¿Porque tanto dinero para ese proyecto tan pequeño? ¿Es que el resto de la misión no cuenta? Como si no tuviéramos más trabajo que el de Molokai con sus leprosos” (26 Febrero 1884). Todo eso para un belga en una misión francesa. El mundo se llenará con la gloria de Bélgica a costa de la congregación de los Sagrados Corazones. Y también el obispo  (H. Koeckemann) encontró que se le daba mucha atención a Damián.

 Así le escribe: “Visto que tengo una suerte de pasión por la justicia, que se debe hacer a cada quien, también a mis opositores y a los opositores del bien, veo con disgusto todo lo que los diarios lo alaban, exageran y ponen a la luz del día cosas falsas, sin tener en cuenta lo que el gobierno ni los demás hacen…también la misión pone su grano de arena… No me tome a mal si hago un comentario prosaico con relación a toda esa poesía sobre los leprosos de Molokai… En los diarios leo que usted está a la cabeza de “sus” leprosos, que usted es su portavoz, su médico, su enfermero, su sepulturero, etc., parece que el gobierno no cuenta.” (2 de Enero de 1887).

Damián habla constantemente de oro, incienso y mirra: “De los extraños oro (dinero), e incienso (publicidad, admiración), de mis superiores mirra (oposición amarga)” (20 de Enero de 1887). (…).

Seguir obstinadamente

Lo que dijeran o pensaran sus superiores no hizo que Damián renunciara a su trabajo, o rehusara los medios que lo hicieran más fácil. En vez de oponerse severamente a sus superiores, el continuó con su compromiso con sus hermanos y hermanas leprosos. El siguió adelante, incluso en el momento en que dijeron que él había contraído la lepra por su contacto sexual con mujeres, y cuando el obispo ordenó que se le practicara a Damián un examen completo y humillante para determinar si tenía sífilis (1885). En ese entonces todavía existía el convencimiento de que la lepra y la sífilis estaban conectadas. También Damián creía en la conexión entre relaciones sexuales, sífilis y lepra. Con el examen quedó claro que Damián no había contraído la lepra como consecuencia de un previo contagio de sífilis. Esta fue una importante contribución para debilitar la teoría de que la lepra estaba conectada con la sífilis.

“No ponerse en contra pero ponerse a favor de algo” es seguro un elemento inspirador para hoy.  Esto es incluso una gran señal de que hoy hay gente que no puede soportar que el bien se hecho por otros. “Cuando sucede algo bueno…” no siempre es obvio que sea aceptado. No es evidente que las buenas iniciativas de unos sean apoyadas por otros espontáneamente. (…) tampoco por los superiores, que siempre quieren lo bueno.

Católico o protestante

Hemos visto a Damián en la isla de Hawai tomar parte a fondo en la competencia con los protestantes. En la colonia de los leprosos en Molokai él nunca se preguntó si se trataba de un católico o un protestante. El debió aprender haciendo lo que nosotros llamamos actitud ecuménica, sin nunca usar esa palabra. Si hay una persona que está necesitada y se quiere ayudar, entonces no debe preguntar primero por su credo: ¿Eres católico o protestante? ¿Eres del club o de la competencia? Damián ayudó donde pudo, sin hacer diferencias. Hubiera sido mal visto que el negara los sacramentos de la iglesia a la gente que estaba muriendo, bautizados no católicos, que así se lo pidieran. Hubo muchos protestantes que admiraban a Damián y que le apoyaban. Con algunos de ellos, incluso, hizo buena amistad.

Aunque nunca dejó de creer que fuera de su iglesia era la única iglesia cristiana, aprendió, sobre todo en sus últimos años, a tener más ojos por el bien que encontraba, aún fuera de la iglesia.   A su amigo, el predicador anglicano H.B. Chapman, le escribe: “oro por usted y por sus feligreses todos los días, para que podamos confesar la misma fe y pertenecer a la misma iglesia, que es una y apostólica, para que al final, al estar unidos en Cristo, recibamos la misma corona eterna” (26 de agosto de 1886).

Hoy, los protestantes que conocen a Damián dirían: Damián es también uno de los  nuestros... Cuando lo canonizan no lo retienen para ustedes solos. Mientras que el ecumenismo todavía se cuece a fuego lento en los documentos de la iglesia, Damián nos enseña  vivirlo desde la base, en diálogo y apertura con los otros.

Sin hacer preguntas

 En 1886 llega a Kalawao una figura peculiar y colorida: Ira Barnes (José) Dutton. Un americano de cuarenta y tres años. Él tuvo una vida movida y muy variada. Separado de su esposa, se había entregado a la bebida. Después de su  divorcio en 1883 se unió a la iglesia católica. Estuvo veinte meses en la abadía de Gethsemani (Kentucky, USA) y de allí también se marchó… Tal vez encontró una pequeña información acerca de Damián en algún viejo periódico. Él fue a donde Damián para ayudarlo, y esperaba encontrar allí de una vez por todas el llamado de su vida. Damián no hizo ninguna investigación sobre el expediente de Dutton. No tuvo molestia ni desconfianza en el movido pasado de Dutton. Él se convirtió en el colaborador de más confianza, su mano derecha, su verdadero hermano (23 de Noviembre 1886). Damián lo nombró: hermano José. Dutton se quedó en la colonia de los leprosos el resto de su vida y murió en 1931. Fue sepultado a unos pasos de donde Damián estuvo sepultado entre 1889 y 1936.  Damián nunca encuadró a nadie por su pasado, sus inclinaciones, o por su situación. Una señal para hoy, para tener ojo por el hecho de que aquellos, a los que nosotros señalamos como marginados, nos pueden tomar por sorpresa con su asombrosa y continua dedicación.

Alguien que ha estado marginado puede significar mucho para quienes están al margen. 
  
La fuerza de un compromiso religioso

Damián fue reconocido en todas partes como un sacerdote-misionero, sobre todo entre los no religiosos.  Él fue a  Molokai, ciertamente como sacerdote-misionero.  Esto estaba seguramente en la línea de la mentalidad misionera del momento.  Pero cuando el habla sobre su partida a Molokai en 1873, vuelve sobre su profesión religiosa. En la ceremonia de profesión se extendía el paño mortuorio sobre los candidatos como señal de que morían al mundo. Un símbolo algo lúgubre… Damián escribe a su hermano: “Recordando el día de mi profesión religiosa cuando me tendí debajo del paño mortuorio,  sentí como mi deber ofrecerme ante el obispo, que no tenía la libertad, como el mismo lo dijo, de pedir a nadie semejante sacrificio” (23 Noviembre 1887).

Y cuando él está seguro de que esta leproso, vuelve a recordar de nuevo su profesión religiosa “El recuerdo de hace veinticinco años cuando estuve tendido bajo el paño mortuorio, el día de mis votos, me dio el ánimo para desafiar este terrible contagio cumpliendo aquí mi deber y morir a mí mismo día a día, entre más progreso hace la enfermedad más feliz y contento me siento en Kalawao (29 de Octubre de 1885). Aquí aparece que su compromiso como religioso fue la fuente de la que Damián tomó fuerzas para ir a Molokai y sobre todo para quedarse. Se puede decir que Damián fue y se quedó  por un impulso o una ardiente improvisación… incluso el mismo era de naturaleza impulsiva. De él se dice que era un buen religioso y un buen sacerdote, pero que fue extravagante en su consagración a los leprosos.

Así escribe su superior provincial al padre general: “Extravagante porque él no sabe medirse. A veces se deja llevar por un celo desmedido cuando dice, escribe o hace cosas que la autoridad de la iglesia solo puede reprobar, como la bendición de un matrimonio entre personas que al partir a la colonia han dejado a su cónyuge. La causa es que el investiga poco; su  celo ciego le impide incluso corregirse. Él se ha vuelto tan estimado y querido, que la gente cree que la ligereza que le lleva por el camino equivocado, no es falta de buena voluntad” (16 de Noviembre 1883).

Optar por los pobres, este es el aspecto profético del compromiso religioso, incluso si una vez se está como atrapado entre el instituto y la vida, entre la ley y la conciencia… La fuerza del compromiso religioso lleva a optar por la gente y su conciencia.

La maravilla del pequeño comienzo  

Molokai era un proyecto pequeño, un terreno pequeño (6.5 Kms2) en el que nunca vivieron más de mil personas al mismo tiempo. Desde este pequeño trozo de tierra en el Océano Pacífico ha salido una señal que ha llegado a todo el mundo, superando los límites geográficos, yendo incluso más allá del ámbito de la propia iglesia.

Damián trabajó apenas dieciséis años… Pero en ese tiempo ha sucedido más que en todas las conferencias mundiales. El mundo de la medicina se ha puesto en marcha para buscar medicamentos para curar la lepra. La maravilla de un pequeño comienzo… esto hace pensar en una semilla que cae al suelo, el fermento en la masa, la sal en la comida.

Damián es un santo, pero un santo terco, al que no debemos pedirle mucho. Él es más bien un santo que nos interroga, que continuamente nos reta para que – haciendo- escojamos ser compañeros de suerte de aquellos que hoy están marginados o que son rechazados a causa de un tabú. Como hijos de nuestro tiempo, quebrantar y superar el espíritu de nuestro tiempo.

Juliaan Vandekerkhove ss.cc.


MUERTE DEL PADRE DAMIAN[1]

El 19 de marzo la hermana Judit Brassier, superiora de las hermanas de los Sagrados Corazones en Honolulú, tuvo la delicada atención de felicitar al padre Damián por el 25 aniversario de su llegada a las islas. Era también el día de su santo, san José. Una caja de vestidos para los leprosos acompañaba a su carta. Por su lado, hasta el 25 de marzo, el padre Leonor permaneció en correspondencia continua con Damián. Se trataba de encargos reclamados por éste impacientemente. “Cálmese, padre, y haga como los demás", le escribía ásperamente su superior. El 28 de marzo el padre Damián se quedó en cama definitivamente. Sufría de un modo atroz: la enfermedad se había concentrado en su boca y en su garganta. He aquí como el padre Wendelin Moellers, que estaba presente, describe los últimos días de Damián:
      El sábado 23 de marzo estaba todavía, como de costumbre, activo y lleno de trajines. Fue la última vez que lo vi así.
      A partir del 28 de marzo no salió ya de su cuarto. Ese día puso en orden sus asuntos temporales. Después de haber firmado sus papeles, me dijo:
      "Qué contento estoy de haber dado todo a monseñor; ahora muero pobre, ya no tengo nada mío".
      El jueves 28 de marzo comenzó a guardar cama. El sábado 30 hizo su preparación a la muerte. Era realmente edificante verlo; parecía tan feliz. Cuando hube oído su confesión general, me confesé con él, y enseguida renovamos juntos los votos que nos vinculan a la Congregación. Al día siguiente, recibió el santo viático. Todo el día estuvo alegre, gozoso, como de costumbre.
      "¿Ve mis manos? -me decía-; todas mis llagas se cierran, la costra se pone negra: es signo de muerte, usted lo sabe bien. Fíjese también en mis ojos; he visto morir a tantos leprosos, que no me engaño; la muerte no está lejos. Mucho me habría gustado ver una vez más a monseñor; pero Dios me llama a celebrar la pascua con El. Bendito sea Dios.
      Ya sólo pensaba en prepararse a morir. No había manera de equivocarse: era visible que la muerte se acercaba.

      El 2 de abril recibió la extremaunción de manos del reverendo padre Conrardy.
      "Qué bueno ha sido Dios -me dijo durante el curso de ese día- al conservarme lo bastante para tener a dos sacerdotes a mi lado que me asistan en mis últimos momentos; y además saber que están en la leprosería las buenas hermanas de la Caridad. Es mi Nunc dimitis. La obra de los leprosos está asegurada; por consiguiente, ya no soy necesario, y así dentro de poco me iré allá arriba".
      "-Cuando esté allá arriba, padre -le dije-, no olvidará a los que deja huérfanos.
      -“¡Oh, no! -me respondió-; si tengo algún crédito ante Dios intercederé por todos los que se encuentran en la leprosería".
      Le pedí que me dejara su manto, como Elías, para tener su gran corazón.
      "¿Qué podría usted hacer con él? -me dijo-. “¡Si está lleno de lepra!"
      Entonces le pedí su bendición. Me la dio con lágrimas en los ojos; bendijo también a las valerosas hijas de san Francisco por cuya venida había rezado tanto.

      Los días siguientes, el padre se sintió mejor; llegamos incluso a concebir la esperanza de conservarlo todavía algún tiempo. Las hermanas vinieron a menudo a visitarlo. Lo que más admiré en él fue su paciencia admirable. El, tan ardiente, tan vivo, tan fuerte, verse así clavado en su pobre yacija, aunque sin sufrir demasiado. Estaba acostado en el suelo, sobre un pobre colchón de paja como el más simple y más pobre de los leprosos, y nos costó no poco lograr que aceptara una cama. ¡Y qué pobreza! El, que gastó tanto para aliviar a los leprosos, se olvidó de sí mismo hasta el punto de no tener mudas, ni ropas, ni sábanas.

      Su apego a la Congregación fue admirable. Cuántas veces me dijo:
                      "Padre, usted aquí representa para mí a la Congregación, ¿no es cierto? Digamos juntos las oraciones de la Congregación. ¡Qué bueno es morir hijo de los Sagrados Corazones!"
      Varias veces me encargó que le escribiera a nuestro reverendísimo padre para decirle que su mayor consuelo en ese momento era morir como miembro de la Congregación de los Sagrados Corazones.
      El sábado 13 de abril empeoró, y toda esperanza de conservarlo se desvaneció. Un poco después de medianoche recibió al Señor por última vez; pronto lo verá cara a cara. Cada cierto tiempo perdía el conocimiento. Cuando fui a verlo me reconoció, me habló, y nos despedimos, pues yo tenía que ir a Kalaupapa para el día siguiente, que era domingo. Apenas terminados los oficios regresé donde él, y lo encontré con bastantes fuerzas, pero sus ideas ya no estaban claras. Leía en sus ojos la resignación, el gozo, la satisfacción; pero sus labios ya no podían articular lo que tenía en su corazón. Cada cierto tiempo me apretaba afectuosamente la mano.
      El lunes 15 de abril recibí una nota del reverendo padre Conrardy, en la que me decía que el padre estaba agonizando. A toda prisa me puse en camino, pero luego encontré a otro emisario que venía a anunciarme su muerte.

       Murió sin ningún esfuerzo, como si se quedara dormido; se extinguió suavemente después de haber pasado más de dieciséis años en medio de los horrores de la lepra. El buen pastor había dado su vida por sus ovejas. Cuando llegué estaba ya revestido de su sotana. Todas las señales de la lepra habían desaparecido de su rostro; las llagas de sus manos estaban totalmente secas.
      Hacia las once de la mañana lo llevamos a la iglesia, donde permaneció expuesto hasta las ocho del día siguiente, rodeado de leprosos que rezaban por su venerado padre. En la tarde del lunes vinieron las hermanas a adornar el ataúd: seda blanca por dentro, y por fuera un paño negro con una cruz blanca.
      El 16 celebré la misa por mi querido hermano. Después de la misa se puso en marcha el cortejo fúnebre; pasamos por delante de la iglesia nueva para entrar al cementerio. Encabezaba el cortejo la cruz, luego venían los músicos y los miembros de una asociación, enseguida las hermanas con las mujeres y las niñas y después el ataúd, llevado por ocho leprosos blancos; detrás del ataúd el sacerdote oficiante, acompañado por el reverendo padre Conrardy y los acólitos y seguido por los hermanos con sus jóvenes y por los hombres.

El padre Damián había comenzado su vida en Molokai en condiciones de extrema privación, hasta el punto de tener que pasar las primeras noches al abrigo de un gran árbol. De acuerdo con su deseo de ser enterrado bajo ese mismo árbol, un pandanus, yo había hecho preparar, durante su enfermedad, una fosa en el lugar indicado. Es allí donde reposa su cuerpo, esperando una resurrección gloriosa. Está vuelto hacia el altar. La fosa está cubierta por una gruesa capa de cemento. Es allí donde están depositados los restos del buen padre Damián, a quien el mundo llama con razón el héroe de la Caridad.

Molokai, 17 de abril de 1889. Padre Wendelin, SS.CC.



[1].- Ponemos aquí esta carta como complemento. La serenidad y alegría ante su muerte confirman el testimonio de fe y de amor, dado con 

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